“...yo te apremiaba para que lo dijeras todo. Para que me
revelaras el fondo de tu cerebro. Las almas serán siempre desconocidas.”
Juan Carlos Onetti, “La
muerte y la niña”
A partir del siglo XX las formas literarias
sufren un cambio en su constitución y en el contenido, transformación que se
venía gestando lentamente ya desde el siglo anterior. Entre estos cambios,
comienzan a encontrarse los experimentos verbales, por ejemplo, distorsiones en
el sentido y en la conformación de las palabras, recreación paródica de
registros profesionales y sociolectos entre otros. Estas “innovaciones” no sólo
modifican la manera de escribir y de entender la literatura, sino también la
manera de leer, ya que el sentido único, ideal que el lector intenta decifrar
en una obra se verá suspendido en una aventura significativa sin final exacto.
Aquella ilusión de encontrar un significado
único y universal queda comprendida en un imaginario ideal; el escritor se
plantea un juego lingüístico que el lector se empeña en descifrar sin
resultados favorables. Se rompe definitibamente con la noción de signo
lingüístico de Saussure dentro del ámbito literario, y vemos como la
literatura, una maquina infinita en experiencias y ambiguedades camina sin
rumbo fijo hacia un lugar poco estable.
Pensemos en una fragmento de Sartre:
“[...] Las
novelas de nuestro mayores contaban los acontecimientos en pasado y la suceción
cronológica dejaba entrever las relaciones lógicas y universales, las verdades
eternas; estaba ya comprendido hasta el cambio más pequeño [...] Pero nosotros,
si nos dedicábamos a meditar sobre nuestros escritor futuros, nos persuadíamos
de que ningún arte sería verdaderamente nuestro si no reseñaba el
acontecimiento con brutal lozanía, su ambiguedad, su carácter imprevisible
[...] no queríamos deleitar a nuestro público con su superioridad en un mundo
muerto y queríamos agarrarlo por el cuello: que cada personaje sea una trampa,
que el lector quede atrapado en ella, que sea lanzado de una conciencia a otra
como de un universo absolto e irremediable a otro igualmente absoluto, que se
muestre incierto...”[1]
¿Acaso el cambio no surge en un intento de liberarse de la tradición
literaria y de instaurar una marca propia dentro del sistema?
Es necesario que traigamos a colación a dos
grande autores: Juan Carlos Onetti y Gabriel García Marquéz; quienes en el
simple acto de crear un micro-universo ficcional significante, (Santa María en
el caso de primero y Macondo en el segundo)
establecieron la posibilidad de instaurar cambios o rupturas dentro del
campo literario, un mundo simbólico, ficcional dónde el juego literario y la experiencia
del lenguaje se presenta sin reglas fijas, sin censuras.[2]
donde estos mundos ficcionalizados permiten crear o fundar una nueva historia
(¿literaria?). Así, estos mundos se ven regidos por las leyes del creador (J.C.
Onetti y G.G. Marquéz) y todo parece permitido, desde las rupturas temporales,
rupturas sintácticas, problematización del género, el cambio de narrador entre
otros.
En Onetti, el juego del significado se nota
fuertemente, nunca es posible llegar a unas verdad absoluta, pensemos en “La
novia Robada”, el cambio del sujeto de enunciación de un yo personal-íntimo, a
un él que luego pasa a un nosotros
general y plurar casi desligado de toda responzabilidad da cuenta de una verdad ausente que pasa de boca
en boca, que nunca se encuentra acabada y certera. Varios puntos de vistas se
presentan para contar un mismo hecho, que no sólo distorsionan la historia
misma sino también la lectura de este lector que intenta como bien dijimos
antes desentrañar el significado aculto y verdadero (¿posee un significado
oculto y verdadero?) del texto literario, sin imaginar (quizás)[3]
que estos textos forman parte de estas nuevas concepciones. Pensemos en este
caso en lo que Donald Shaw dice en su texto “Nuevas Narrativas
Hispanoamericanas”:
En los términos más generales se puede hablar de una sublevación contra todo intento de
presentación unívoca de la realidad, sea la exterior a los personajes, sea
la realidad interior psicológica, y de la
creación de obras esencialmente abiertas que ofrecen la posibilidad de
múltiples lecturas. Al mismo tiempo es obligado mencionar lo que Rufinelli
a bautizado en “la tematización de la forma”, es decir, la creciente tendencia
a enfatizar la “ficcionalidad” de la novela, a discutir la narración dentro de
la narración misma, de modo que “la forma comienza a ser registrada por el
discurso novelístico e irrumpe en el conflicto, a menudo con fuerza dramática,
con la vivacidad equivalente a la representación de un personaje”
La historia se presenta en multiples puntos de
vistas, lo cual hace de la “verdad” o del significado, algo imposible de
alcanzar; lo que impera en el texto es puro significante que nunca se satura,
se compreta, ni alcanza una estabilidad fija; el lenguaje, ahora en mas
resultara problemático.
Situar
este problema en el nivel del enunciado nos permite ver como se legitima una
concepción de literatura no subordinada a un discurso establecido, produciendo
un espacio propio de legitimación de la escritura. El significado, si es que
hay uno[4],
se torna inalcanzable, ya que este pasa de boca en boca y es el narrador
(cambiante) quien tiene el poder de delinear lo que quiere contar y como
hacerlo.
Esto también provoca, lo que Shaw establece,
cuando dice que en esta nueva literatura se produce una “tematización
de la forma”; ya no importa la historia en si misma, sino cómo se cuenta. Y
este cómo contar, conforma indiscutiblemente la historia, se convierte en un
elemento más dentro de esta. Pensemos en “Cien Años de Soledad”, las rupturas
temporales, empezar por el final (recordemos a Aureliano Buendía frente al
batallón de fusilamiento recordando....) para luego seguir con el origen de
pueblo –Macondo- y de la sociedad.
Ese comienzo-final astuto dónde todos apuntan
a un sólo objetivo, Aureliano Buendía para luego contar el surgimiento de una
nueva cultura, un nuevo pueblo y nuevas familias, para termiran al fin con la
muerte de Aureliano Buendia. ¿No podemos pensar a Aureliano Buendia como
representante de esta tradición literaria a la que todos apuntan?
La forma, el cómo escribir, se convierte hoy
en un personaje más dentro del texto literario, constituyen a la significancia
de este.
[1] Sartre, Jean Paul.
“Situación del escritor en 1947”. En ¿Qué es la literatura? Buenos Aires,
Losada, 1976.
[2] Pienso en el personaje
del Quijote, quién en su locura no sólo crea un mundo distindo al real, sino
que el mismo hecho de cambiar de nombre (de señor Quijada a Don Quijote de la
Mancha), lo compromete y lo significa dentro de ese imaginario, convirtiéndolo
en significante. Así, no es Quijada el caballero andante, sino Don Quijote, que
concuerda (cohesiva y coherentemente) con la invensión de ese mundo.
[3] No existe un lector
totalmente ingenuo, y la imagen de este lector que busca un significado oculto
y verdadero es un mero estereótipo que nos sirve de ejemplo para este texto.