miércoles, 9 de septiembre de 2009

EL AMANTE ETERNO

Comparto con ustedes un fragmento de la novela que estoy escribiendo en estos momentos, llamada "LA NINFA".

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Todos los días cumplía con la misma rutina: se levantaba muy temprano a causa de los golpes que su sobrino le daba a la puerta de su casa con el objetivo de que este le abriese y así poder entregarle el diario matutino.
Él con los rulos parados y un ojo más abierto que el otro, se levantaba muy despacio y caminaba arrastrando los pies hacia la puerta. el niño entraba a los brincos, le daba daba un gran besos sonoro en el cachete y luego mas tranquilito. sentado en una silla le abria le conversaba un ratito antes de ir al colegio, él preparaba su tasa de café y fingía escucharlo cuando realmente no le interesaba para nada su discurso infantil.
Luego de que el niño se marchaba robándole otro beso, él se sentaba a disfrutar de su café, tomaba el diario y leía uno por uno los titulares solamente, deteniéndose estrechamente en las historietas.
Cuando terminaba su café se dirigía al baño, se bañaba y quedando como nuevo partía en una caminata lenta hacia el taller que quedaba a una cuadra de su casa.
Apenas abría el portón, comenzaban a llegar los clientes y amigos. Él por su parte nunca se quejaba de lo que hacía, difrutaba su trabajo, y lo demostraba con ese humor envidiable que lo caracterizaba.
Juan, su empleado, llegaba siempre media hora más tarde del horario pactado, casi sin saludad se dirigía al fondo del taller, colocaba la pava en el calentador para verse pronto con el mate en mano convidando y repartiendo a todo el que llegase. Esta aptitud molestaba mucho al señor, ya que no le pagaba para cebar mates y si bien en muchas oportunidades sintió ganas de despedirlo porque un empleado así no le rendía a él ni a nadie, siempre buscó privilegiar su amistad dejándolo en el mismo puesto.
En el taller se quedaban hasta las una de la tarde, de ahí él volvía a casa a comer, aunque como vivía solo, no siempre tenía las ganas ni el esmero para cocinarse y luego tener que limpiar toda la cocina para dejarla como nueva, por tanto varias veces optaba por acostarse a dormir siesta. A las tres volvía nuevamente al taller y se quedaba hasta muy tarde, cuando el sol dejaba de verse en el horizonte dejando solo el recuerdo de que estuvo. Excepto los martes y jueves cuando por cumplir con los encuentros reglamentados con la Ninfa optaba por no abrir el taller de tarde, cosa que a los clientes le molestaba.
La Ninfa casi nunca iba a visitarlo al taller ni a su casa, no podía imaginar qué pasaría si su familia se enterase de aquellos encuentros clandestinos. Pero sí había veces en que las ganas de verlo se convertían en inaguantables y ella, como toda mujer astuta desinflaba las llantas de la bicicleta para poder tener una excusa que le permitiese llegar a donde él se encontraba.
Él gustaba de tenerla cerca; siempre que llegaba al taller lo hacia con una sonrisa que iluminaba el lugar quitándole por momentos todo ese olor a machos que colmaba cada rincón. Al llegar, ella no pedía permiso, saludaba a todos en el lugar y acercándose solo a Juan se apoderaba del equipo de mates para comenzar a cebar los verdes más amargos del mundo. Eso le gustaba al señor porque al no tener nada que hacer, Juan se dignaba a ensuciarse las manos por lo menos para inflar las llantas de un auto. Tenerla a su lado lo dejaba como bobo, atónito en su mirada, por eso más de una vez se escuchó en algún rincón un pequeño chillido causado por un martillazo ditraido en los dedos. Ella por su parte gustaba de ese juego de seducción, ser el objeto del deseo de un hombre elevaba su ego a un extremo máximo.
Cuando la Ninfa no iba al taller, sus tardes se convertían en eternas y aburridas, siempre obligado a cumplir con ese papel de hombre rudo, ese hombre que sólo hablaba de autos, boxeo y de vaginas sucias.
Ya muy tarde optaba por bañarse en el taller para no tener que volver a su solitaria casa; de ahí caminaba las tres cuadras hasta el restaurante donde una vez trabajo Vivian. Al llegar tomaba asiento en el mismo lugar de siempre, cenaba y bebía hasta muy entrada la noche, cuando al fin sus ojos colorados del cansancio comenzaban a cerrarse él se paraba para emprender el viaje de regreso.
En el camino se encontraba con “las muchachas”, ellas sabía que si la tarde había sido buena para el seños, él eligiría a dos de ellas. La tarea era fácil: acostar al señor en la cama y ante sus ojos comenzar con ese juego erótico repleto de besos y caricias sensuales denominado masturbación, que no lograba otra cosa en él que erectar su gran miembro. El hombre gustaba de ocupar ese lugar de mirón, y desde esa posición no permitía que nadie lo tocase, sólo él podía hacerlo (el pagaba) y así, observando comenzaba a flotar su miembro hasta el punto de terminar en una explosión de placer que culminaba en un gemido casi silencioso, imperseptible.
Cuando sólo llevaba a Rita, abandonaba ese lugar de mirón para entre cansado y dormido sumergirse entre sus enormes senos y jugar de la manera más exótica que se pudiese, le gustaba pensar que sus pezones eran como un pene, que al tacto excitante de los dedos del hombre se ponía duros y grandes.
El hombre gustaba de ver la cara de disfrute de aquella amante pagada, le gustaba jugar con ese cuerpo que nunca sería suyo, es más, que estaba junto a él por simple trabajo. Cuando ella entraba en un mundo de fruición del cual era imposible salir por si sola, él que presintiendo el momento final del acto se levantaba como asustado y abriéndole la puerta de la casa la sacaba a fuera a penas dándole el tiempo para que se colocase la ropa interior. Ella nunca llegó a entender el porqué de esa forma de actuar, aunque muchas veces sentía ganas de preguntarle, pero era evidente que no le pagaban por preguntar, entonces desde su lugar de “prostituta” solo buscaba entender, pero le era casi imposible, ya que él gustaba del silencio ahogante, incómodo, parecía como si el solo murmurar le molestase. Por otra parte su trabajo le había enseñado que conocer a un hombre afondo puede llevar a sentimientos confusos e imposibles como el tan temido amor, debido a eso, solo callaba y cumplía.
Él era un hombre elegante, de buenos modales, inteligente y aún joven, podía si así lo hubiera querido tener a cuanta mujer desease entre sus sábanas, pero desde que había llegado al pueblo sólo buscaba pagar, como si la plata se le cállese de los bolsillos, tal vez porque de esa manera se ahorraba el famoso chamuyo, las mentiras del “después te llamo”, o el simple hecho de ilusionar a alguna chiquilla con un amor que era de otra.
Con la Ninfa se portaba de manera diferente, ella no era un mujer, era simplemente una niña, apenas se marcaban sus senos a través de la remera blanca de usaba para hacer ejercicios, su cara de porcelana no conocía aún el maquillaje y la ingenuidad sobre el sexo se manifestaba naturalmente en su forma de hablar. Se pasaba horas y horas discutiendo temas como: que en el amor el sexo no era lo más importante y en lo horrible que seria compartir un beso de lengua lleno de saliva de otro; él solo la escuchaba y reía, ella tenia esa capacidad de transportarlo a ese mundo de niñez que él decidió abandonar tan pronto.
Los encuentros eran los martes y jueves en los eucaliptos y a veces cuando llovía en la casa abandonada que se encontraba a unas pocas cuadra saliendo de la cuidad hacia el norte.
Ella llegaba siempre puntual, se sentaba bajo el árbol que ellos habían pintado con una cruz roja para no perderse y ahí lo esperaba. Él llegaba casi tras ella.
Durante los primeros meses lo hacia en la bicicleta negra de su hermano menor, luego pudo comprarse la moto y cuando menos se lo imaginó se vio con el suficiente dinero para comprar su auto soñado. Lo del auto era sin duda la mejor decisión que había tomado, porque con el sacaba a la Ninfa a pasear por toda la cuidad sin que nadie los viese, ya que los vidrios polarizados no dejaban ver el interior del mismo.
El tenía 20 años más que la Ninfa; había llegado de Córdoba, después de un exilio forzado de quince años. Para ella era un ser tranquilo pero cansado del mundo, cuando llegó no tenía trabajo, pero eso duró poco, su padre le había dado el dinero suficiente para que instalase un pequeño negocio. Él que siempre había sido el más inteligente de la familia, movió contactos y pronto se vio dueño de un taller de autos, cosas que no tardo en darle muchas ganancias.
Su característica principal era la experiencia, por eso la Ninfa gustaba de estar a su lado. Él encontraba siempre una nueva historia para entretenerla, le gustaba mucho jugar a retenerla a su lado un poco más de dos hora, ya que ella lograba aburrirse con gran facilidad de todo lo que la rodeaba.
Amaba las tardes de lluvia, porque sólo en esos momentos en que se sentaban a ver como caía el agua, ella le permitía que él la abrazase.
Su primer beso se lo dio una de esas tarde, cuando abrazados contemplando el bullicio de una tormenta de paso, ella comenzó a llorar. Él, que sabía mas de putas y no tanto de mujeres, no supo que decir, y disimuló la situación cebando unos mates.
Pronto ella sintió ganas de irse, pero la tormenta que cada vez era mas fuerte se lo impedía. El señor, miró a los ojos y sosteniéndole el mentón para que no mirase a otro lado, le pregunto que le pasaba.
__Sabes que podes confiar en mí, no entiendo por qué no me cuentas lo que te pasa, lo que sientes.
__ ¿Te parezco bella?
¿Bella? ¿Y eso? Si tan solo supiera que la bellaza la penetra por todos los rincones de su ser, que el tiempo pasó sólo para mi, y que ella me espero con sus trece años intactos, para encontrarse luego con un viejo que huele a aceite de motor, que no tiene un castillo de oro para regalarle en su cumpleaños, que sus sueños son de Ninfas, y que el aire acarrea su perfume llevándolo en cada paso que doy… ¿bella? Amor… eres más que eso.
__Eres más que bella.
__ ¿Todo el mundo me va a responder lo mismo? Quiero que me sean sinceros de una vez… -ella enojada quito la mano de su mentón y camino hasta un rincón dándole la espalda; él, confundido la siguió y tomándola de la cintura la dio vuelta colocando nuevamente su mirada en la suya.
__ ¿Pensás que te miento?
__No, sólo que sos un chamuyero, como todos los hombres que conozco.
Él la miro entre sorprendido y enojado:
__ ¡HE! Ninfa, ¿a esta edad pensás que voy a andar con chamuyos yo?
__Entonces… ¿por qué Jonatan Borne ni siquiera busca darme un saludo?
Él la soltó, se paso la mano por la cabeza, y como molesto se sentó en el piso. Ella por su parte se le acerco, y mirándolo a los ojos en ese momento en llamas volvió a preguntar.
__ ¿Por qué justo ese chico, justo el que yo quiero no me ama?
El señor casi ni la escuchaba, sus palabras le dolían como puñales en el alma, siempre pero siempre debía soportar que ella hablase de aquel, sin pensar en sus sentimientos, sin pensar más que en su egocentrísmo, en su historia, en su vida.
__ ¿Qué sabes vos de amor? Ninfa… -se detuvo a pensar y repensar sus palabras- sólo tenés trece años. A tu edad es mejor jugar a las muñecas ¿A vos te gusta el volley? Bueno dedícate a jugar, pero no pienses en muchachos, ¿no te das cuenta que es muy temprano para empezar a sufrir? Yo no sé mucho de mujeres, pero si sé de amor, y si algo aprendí es que no hay que forzarlo ni buscarlo porque llega solo, sin avisar. A parte vos, mírate… Puedes tener a cuanto hombre quisiese a tus pies, pero comprende que los hombres aún te ven como niña, porque eso es lo que eres, y ese niño del que tanto hablas, también lo es. No hay que quemar etapas, chiquilla.
Ella comenzó a llorar, se sentó sobre las piernas del señor y quedando cara a cara se le quedo mirando, ella quería que él la entendiese y le dolía el no poder lograrlo, por otro lado él, tentado por un sentimiento y una fuerza que no pudo contener acerco lentamente su boca a la de ella completando el recorrido en un beso que movilizo un tintineo de polillas que revoloteaban por su cuerpo de par a par. Una sensación que no había sentido jamás lo paralizó de tal manera que profesaba por instantes adueñarse del control de su cuerpo, aquel beso lo completaba de sensaciones agradables, ese beso se convirtió en eterno, paralizo el tiempo y el espacio.
Ella apoderada en aquella situación no se movía, no abría su boca, no cerraba los ojos, simplemente moría en el intento de librarse de aquel hombre. Cuando él despertó de ese ensueño, ella ya había tomado su bicicleta y había partido bajo la lluvia.
Había llegado como una niña, ahora, sin embargo se iba con un poco más, su mente se habría a nuevas experiencia, a nuevas formas de ver el mundo, en su vida se cerraba ese ciclo que tanto la perturbaba.