miércoles, 19 de septiembre de 2012

Pensar una nueva forma de Literatura




“...yo te apremiaba para que lo dijeras todo. Para que me revelaras el fondo de tu cerebro. Las almas serán siempre desconocidas.”
Juan Carlos Onetti, “La muerte y la niña”


A partir del siglo XX las formas literarias sufren un cambio en su constitución y en el contenido, transformación que se venía gestando lentamente ya desde el siglo anterior. Entre estos cambios, comienzan a encontrarse los experimentos verbales, por ejemplo, distorsiones en el sentido y en la conformación de las palabras, recreación paródica de registros profesionales y sociolectos entre otros. Estas “innovaciones” no sólo modifican la manera de escribir y de entender la literatura, sino también la manera de leer, ya que el sentido único, ideal que el lector intenta decifrar en una obra se verá suspendido en una aventura significativa sin final exacto.
Aquella ilusión de encontrar un significado único y universal queda comprendida en un imaginario ideal; el escritor se plantea un juego lingüístico que el lector se empeña en descifrar sin resultados favorables. Se rompe definitibamente con la noción de signo lingüístico de Saussure dentro del ámbito literario, y vemos como la literatura, una maquina infinita en experiencias y ambiguedades camina sin rumbo fijo hacia un lugar poco estable.
Pensemos en una fragmento de Sartre:

“[...] Las novelas de nuestro mayores contaban los acontecimientos en pasado y la suceción cronológica dejaba entrever las relaciones lógicas y universales, las verdades eternas; estaba ya comprendido hasta el cambio más pequeño [...] Pero nosotros, si nos dedicábamos a meditar sobre nuestros escritor futuros, nos persuadíamos de que ningún arte sería verdaderamente nuestro si no reseñaba el acontecimiento con brutal lozanía, su ambiguedad, su carácter imprevisible [...] no queríamos deleitar a nuestro público con su superioridad en un mundo muerto y queríamos agarrarlo por el cuello: que cada personaje sea una trampa, que el lector quede atrapado en ella, que sea lanzado de una conciencia a otra como de un universo absolto e irremediable a otro igualmente absoluto, que se muestre incierto...”[1]

¿Acaso el cambio no surge en un  intento de liberarse de la tradición literaria y de instaurar una marca propia dentro del sistema?
Es necesario que traigamos a colación a dos grande autores: Juan Carlos Onetti y Gabriel García Marquéz; quienes en el simple acto de crear un micro-universo ficcional significante, (Santa María en el caso de primero y Macondo en el segundo)  establecieron la posibilidad de instaurar cambios o rupturas dentro del campo literario, un mundo simbólico, ficcional dónde el juego literario y la experiencia del lenguaje se presenta sin reglas fijas, sin censuras.[2] donde estos mundos ficcionalizados permiten crear o fundar una nueva historia (¿literaria?). Así, estos mundos se ven regidos por las leyes del creador (J.C. Onetti y G.G. Marquéz) y todo parece permitido, desde las rupturas temporales, rupturas sintácticas, problematización del género, el cambio de narrador entre otros.
En Onetti, el juego del significado se nota fuertemente, nunca es posible llegar a unas verdad absoluta, pensemos en “La novia Robada”, el cambio del sujeto de enunciación de un yo personal-íntimo, a un él que luego pasa  a un nosotros general y plurar casi desligado de toda responzabilidad  da cuenta de una verdad ausente que pasa de boca en boca, que nunca se encuentra acabada y certera. Varios puntos de vistas se presentan para contar un mismo hecho, que no sólo distorsionan la historia misma sino también la lectura de este lector que intenta como bien dijimos antes desentrañar el significado aculto y verdadero (¿posee un significado oculto y verdadero?) del texto literario, sin imaginar (quizás)[3] que estos textos forman parte de estas nuevas concepciones. Pensemos en este caso en lo que Donald Shaw dice en su texto “Nuevas Narrativas Hispanoamericanas”:

En los términos más generales se puede hablar de una sublevación contra todo intento de presentación unívoca de la realidad, sea la exterior a los personajes, sea la realidad interior psicológica, y de la creación de obras esencialmente abiertas que ofrecen la posibilidad de múltiples lecturas. Al mismo tiempo es obligado mencionar lo que Rufinelli a bautizado en “la tematización de la forma”, es decir, la creciente tendencia a enfatizar la “ficcionalidad” de la novela, a discutir la narración dentro de la narración misma, de modo que “la forma comienza a ser registrada por el discurso novelístico e irrumpe en el conflicto, a menudo con fuerza dramática, con la vivacidad equivalente a la representación de un personaje”

La historia se presenta en multiples puntos de vistas, lo cual hace de la “verdad” o del significado, algo imposible de alcanzar; lo que impera en el texto es puro significante que nunca se satura, se compreta, ni alcanza una estabilidad fija; el lenguaje, ahora en mas resultara problemático.
 Situar este problema en el nivel del enunciado nos permite ver como se legitima una concepción de literatura no subordinada a un discurso establecido, produciendo un espacio propio de legitimación de la escritura. El significado, si es que hay uno[4], se torna inalcanzable, ya que este pasa de boca en boca y es el narrador (cambiante) quien tiene el poder de delinear lo que quiere contar y como hacerlo.
Esto también provoca, lo que Shaw establece, cuando dice que en esta nueva literatura se produce una  “tematización de la forma”; ya no importa la historia en si misma, sino cómo se cuenta. Y este cómo contar, conforma indiscutiblemente la historia, se convierte en un elemento más dentro de esta. Pensemos en “Cien Años de Soledad”, las rupturas temporales, empezar por el final (recordemos a Aureliano Buendía frente al batallón de fusilamiento recordando....) para luego seguir con el origen de pueblo –Macondo- y de la sociedad.
Ese comienzo-final astuto dónde todos apuntan a un sólo objetivo, Aureliano Buendía para luego contar el surgimiento de una nueva cultura, un nuevo pueblo y nuevas familias, para termiran al fin con la muerte de Aureliano Buendia. ¿No podemos pensar a Aureliano Buendia como representante de esta tradición literaria a la que todos apuntan?
La forma, el cómo escribir, se convierte hoy en un personaje más dentro del texto literario, constituyen a la significancia de este.




[1] Sartre, Jean Paul. “Situación del escritor en 1947”. En ¿Qué es la literatura? Buenos Aires, Losada, 1976.
[2] Pienso en el personaje del Quijote, quién en su locura no sólo crea un mundo distindo al real, sino que el mismo hecho de cambiar de nombre (de señor Quijada a Don Quijote de la Mancha), lo compromete y lo significa dentro de ese imaginario, convirtiéndolo en significante. Así, no es Quijada el caballero andante, sino Don Quijote, que concuerda (cohesiva y coherentemente) con la invensión de ese mundo.
[3] No existe un lector totalmente ingenuo, y la imagen de este lector que busca un significado oculto y verdadero es un mero estereótipo que nos sirve de ejemplo para este texto.
[4] De ahora en más deberíamos pensar en significante, ya no es significado.