De noche, en la penumbra me esperabas.
Sabíamos, que luego del festejo el encuentro sería
inminente.
El verano, rememorando el invierno nos lleno de frio, pero
esta vez, diez años después, el abrazo caluroso nos estaba prohibido.
Nos miramos como vez primera, nos miramos como hace diez
años.
Nos saludamos con un beso en la mejilla, y aunque los años
habían pasado por el tiempo, nuestros cuerpos, nuestras miradas, estaban tan igual
a aquella vez en que decidimos despedirnos.
Programamos un plan perfecto, un plan limitado a lo posible:
mates es tu casa.
Recorrimos juntos aquel camino que tantas veces nos condujo
hacia el amor, ese camino de memoria, ese camino ciego que luego de pasar
noches con amigos, música y alcohol nos conducía aún cuando la noche era joven
hacia el rincón de la ciudad donde íbamos a amarnos.
El presente y el pasado parecían fusionarse por momentos en
mi memoria. La mujer que soy había muerto de repente para darle vida a la niña
inmadura, virgen y enamorada de hace diez años. No era yo, ni era el presente, quizás fue un
sueño o un viaje al pasado, una falla momentánea de la máquina del tiempo.
Llegamos al lugar perfecto, ese lugar que guardaba aún mi
tesoro más preciado y aquellos secretos incontables de madrugadas y tardes
maratónicas de sexo. Sentí que íbamos a eso, que nuestro final sería en la
cama, sentí que pronto me tomarías de la cintura para llevarme hasta tu cuarto
y que los besos corpóreos, los besos en la boca y las lenguas harían lo suyo,
lo que más les gusta.
Pero nada de eso pasó, diez años después el mundo era otra
cosa.
Antes de entrar me dijiste la primera frase que como una
especie de contraseña o condición imperfecta me dijiste hace diez años “por
favor, no te asustes por el desorden, entende que mi vieja ya es una señora
grande”, ahí fue cuando comprendí que la fusión era casi perfecta,
inevitablemente en algún punto, el ayer y el hoy se chocaban, se unían para
decirnos algo, pero no supimos comprenderlo.
Diez años después nos remitimos sólo a tomar mates, y a contar nuestros proyectos, hablamos (como
hace diez años) de hijos y de casamiento, pero esta vez cada uno lo hizo como
proyecto propio.
Nos comportamos como gente madura, aunque nuestros niños,
filtrados en nuestros ojos, delataban la travesura de quiera busca el juego, lo
prohibido y el actuar por instinto. No permitimos la libertad de éstos, los
censuramos como padres exigentes.
Aunque fueron horas de mates, el tiempo tramposo se escurrió
en un minuto, y lo subjetivo del tiempo
fue comprendido por mí en un instante.
No quería, realmente no quería dejarte, quería quedarme a tu
lado, estar contigo más tiempo, decirte que el tiempo se perdió, que ya no
estamos en el presente, que yo no era la Jime adulta, que tenía 17 años, que
aún éramos novios y que nuestros sueños y proyectos se encontraban en pie;
pero la madurez es razón pura.
Me llevó hasta mi casa, me toco el cabello y aunque quiso
decirme algo, se contuvo y se fue.
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