
Esteban Echeverría introdujo el Romanticismo en Argentina por los años 1.93... mas o menos, con una de las obras literarias que quedarían sin duda en la memoria de un país.
Las rosas de papel no son verdad y queman lo mismo que una frente pensativa o el tacto de una lámina de hielo. Las rosas de papel son, en verdad, demasiado encendidas para el pecho.
“En los cuentos del Decamerón, la mujer se encuentra a menudo en el centro de los grandes actos de la comedia del hombre y aparece representada en sus varios aspectos físicos y morales y a través de las diversas reacciones que suscita en los individuos y la sociedad.”
(Crolla, 1984: 4)
Estas mujeres en contraposición a Conegunta personaje del “Cándido”, pero semejante a Beatriz en algunos aspectos, se encargarán de guiar a tres jóvenes varones hacia “otro” mundo, lejos de la tristeza y la enfermedad por la que Florencia se veía devastada, para habitar lo que terrenalmente se asemeja a la idea de paraíso[2]: lugar lleno de flores y animales, donde sólo hay alegría, lejos de la enfermedad. La iniciativa de emprender el viaje surge de las mujeres, pero no pueden hacerlo sola; las mujeres necesitan del hombre para que las gobierne y las coordine ya que como se manifiesta en el libro, mas precisamente en su proemio “En verdad lo hombres son cabeza de la mujer y sin su dirección raras veces llega alguna de nuestras obras a un fin loable” (Ibídem: 71) y aquí es donde esta el condicionamiento de la mujer, la mujer puede iniciar los grandes actos, pero siempre teniendo al hombre como coordinador y gobernante de los mismos.
Toda esta situación comenzará a cambiar, sin embargo será necesario esperar hasta el siglo XIX, para que la “femina” sea proyectada en el universo textual, ya sea como mujer personaje creada por hombres escritores o como mujer real creando sus propios mundos posibles, sus propios caracteres: personajes femeninos: actantes, capaces de actuar e ir más allá del estereotipo dominante, dando a luz así a escritoras, portadoras y dominadoras de una voz y de una lengua que las identifique.
Quizás la obra más conocida, que comienza a dar cuenta de este cambio y que crea a la mujer personaje con más trascendencia es Madame Bovary. Un personaje inventado en el siglo XIX por el escritor Frances Gustave Flaubert y que desde una lectura particular puedo pensarlo como la personificación de esa mujer cansada de la monotonía que le toca vivir: en la casa, con la hija y el marido. Esa mujer- lectora que va en busca de formar-realizar con su actuar esos mundos posibles que tanto anhela. Y aunque el final es poco alentador, no es augurio del cambio que ya se venía gestando.
Con este (re)nacimiento de la mujer en lo literario, incorporada al “sistema”, comienzan a surgir etiqueta como “escritura femenina” que designa tanto la literatura escrita por mujeres como la literatura de contenido “femenino”, es decir, que se centra en la experiencia de ser mujer en el mundo con todos sus matices biológicos y contextos situacionales, pero con la salvedad de circunscribir el “mundo femenino” casi exclusivamente a su acepción más tradicional, con lo cual, muchas escritoras que proponen modelos y espacios femeninos nuevos, no se sienten identificadas con esta denominación.
Otro término es el de la escritura mujer:
“… la mujer pone el acento en el auto-descubrimiento y pasa a ser imagen reflejada en la escritura la que adquiera trascendental importancia.”
La escritura mujer en Marguerite Durás” Adriana Crolla
Este término libera a la mujer de toda represión y le permite total autonomía para tomar papel y hoja y hacer se su escritura su propia huella trascendental.
En conclusión: La mujer, como portadora de voz en la literatura ya sea mujer real o mujer personaje, es un tópico bastante reciente, y cada vez sobresale más dentro del ámbito literario, sin embargo, aún falta mucho recorrido.
¡Me meo!, ¡me meo!, ¡me meo! –pensaba-.
Ella se pone en pie para ir al baño. El colectivo cómplice marca su freno inesperado, ella cae sobre su acompañante y excita su miembro con el tacto insinuador de sus muslos entre sus piernas.
Caliente se queda sentado, caliente se levanta, caliente entra a donde no fue invitado.
En el baño del ómnibus le quita la ropa y comienza a poseer su cuerpo de mujer.
En el baño del ómnibus se escuchan gemidos.
Sin palabras gozan de placer, pierden el pudor.
Los pasajeros de quejan del ruido. El colectivero echa a la impúdica pareja del ómnibus. En medio del campo quedan excitados.
“… llegaron al castillo de grandgousier, quien anhelante los esperaba. Cuando se reunieron se abrazaron con tanto entusiasmo y tanto gozo como nunca se ha visto, porque el supplementum supplementi chronicorum dice que Garganella murió de alegría; yo, por mi parte, nada sé, y tanto me importa de ella como de otra cualquiera.”
“Gargantúa y Pantagruel I” cap. XXXVII
Voltaire, cambia un poco esta imagen de la mujer. En su –quizá- más conocido libro “Cándido”[1], le da pequeños espacio a los personajes femeninos (como la “vieja”) para que se expresen y den cuenta de sus experiencias y pensamiento, sin embargo ese espacio es mínimo, pero no insignificante.
Hay que destacar algo que (para mi) tiene relevancia, y es que el amor que siente por Conegunda lo llevará a cometer el error que lo expulsara del “mejor de los mundos posibles”[2], situación que si bien resulta trágica y negativa para nuestro protagonista, culminará siento lo “mejor que puedo pasarle” ya que lo insita forzadamente al viaje hacia el conocimiento y la experiencia, concluyendo como decía Panglóss: “que todo sucede para el mejor de los fines”
[1] “Las remotas sociedades tribales fueron matriarcales pues al ser privativa de la fémina la perpetuación de la especie, dicha primacía se extendió a las decisiones sobre las demás cuestiones sociales.
Con el aumento de las luchas tribales por el poder, valores netamente masculinos fueron suplantando lo matriarcal, conformándose sucesivamente sociedades patriarcales y se le negó cada vez más a la mujer la participación en las grandes y pequeñas decisiones sobre las demás cuestiones sociales” Crolla, Adriana;
[2] Hay que tener en cuenta que la difusión del libro en si era minima, ya que eran muy caros.
[3] A veces, pareciese que “sólo los hombres escriben”.
[4] “La chanson de Roland” Literatura Francesa siglo XI.
[5] Literatura Francesa siglo XVI.
[6] Literatura Francesa, siglo XVIII
[7] Esta escena me remite a
Sus ojos que canté amorosamente,
su cuerpo hermoso que adoré constante,
y que vivir me hiciera tan distante
de mí mismo, y huyendo de la gente,
Su cabellera de oro reluciente,
la risa de su angélico semblante
que hizo la tierra al cielo semejante,
¡poco polvo son ya que nada siente!
¡Y sin embargo vivo todavía!
A ciegas, sin la lumbre que amé tanto,
surca mi nave la extensión vacía…
Aquí termine mi amoroso canto:
seca la fuente está de mi alegría,
mi lira yace convertida en llanto.
No tengo paz ni puedo hacer la guerra;
temo y espero, y del ardor al hielo paso,
y vuelo para el cielo, bajo a la tierra,
nada aprieto, y a todo el mundo abrazo.
Prisión que no se cierra ni des-cierra,
No me detiene ni suelta el duro lazo;
entre libre y sumisa el alma errante,
no es vivo ni muerto el cuerpo lacio.
Veo sin ojos, grito en vano;
sueño morir y ayuda imploro;
a mí me odio y a otros después amo.
Me alimenta el dolor y llorando reí;
La muerte y la vida al fin deploro:
En este estado estoy, mujer, por tí.
2
Ella había soñado toda su vida con aquella aventura, él era sin dudas el aventurero experto.
Un tanto antipática, triste y vulgar ella le niega el asiento de acompañante, él la mira a los ojos y decide sentarte igual ante la negativa, esto molesta aún más a la señora, pero él se coloca los auriculares y viaja a otro mundo donde la señora enoja no existe.
Dormido se recuesta sobre el hombro perfumado de ella, molesta le tira el café en las rodillas, exaltado se despierta y le grita ¡LOCA! Y ella comienza a enamorarse.